jueves, 3 de julio de 2014

Audacias y dilemas

Roberta es una mujer que sabe lo que quiere. Sabe conseguir lo que quiere. Sabe ir directo a la yugular. Sabe dar placer, buscar cómo recibirlo.

Roberta empieza mordisqueando el cuello de Marina… Se sumerje en el oleaje de la oreja de la mujer que se eriza entre sus brazos. Desliza su lengua morosa por las letanías de lunares de la fotógrafa. Travesean sus manos por el área del nacimiento del cabello en la nuca de Marina, juegan con él…

Y ahora entra en acción la boca… Una boca que saborea a Marina... como una gata a una ratoncita.

Roberta es sabia en amores.

Marina siente la presión del cuerpo de la baronesa.. Sopesa la presencia de un cuerpo delineado por caminatas de golf, masajes, posturas de yoga y la generosidad de la naturaleza…. Marina atestigua la fogocidad de una mujer madura, proactiva y audaz. Está asediada...

Roberta es sabia en amores… A cuentagotas va degranando su arsenal de seducción, el toque sutil pero firme de una Midas del amor.

Marina siente un apremio en su pulso, un apuro en su respiración, una humedad que empieza a inundarla. Está asediada... Cada una de las puertas de su castillo está sitiada...

—Te me has subido a la cabeza como las burbujas de un vaso de champaña —le susurran al oído—. No tienes que hacer nada más que soltarte… relajarte.

Roberta se concentra en la boca de la fotógrafa. Sus carnosos y sabios labios aletean sobre los de Marina… Luego mordisquean y avanzan despacio,gozosamente…

Roberta es sabia en el ajedrez del amor, del regodeo. “Yo muevo mis fichas, luego mueves tú las tuyas…”

Pero Marina no ha devuelto los besos… Solo recibe las llamaradas de un fuego… Un fuego que está comenzando a envolverla.

Marina reconoce esas andanzas, esas técnicas maestras y entrenadas.

Marina se reconoce un poco en la mujer que, con un experto saber hacer, está bordando una invitación como las que ella también acostumbra proponer.

No. No… ¡No!!

Resuelta pero cortésmente, Marina se separa de Roberta:

—Tenemos que ir a la inauguración de la exposición —le dice—. Voy a buscar a Clara.

Marina sale del cuarto de baño y se dirige a uno de los balcones que rodean el salón.

Sus pulmones, su cabeza, cada uno de sus poros agradecen el calmante aire fresco del atardecer.

Marina se acerca a uno de los músicos de la orquesta y pide una canción, “The Way You Look Tonight”.

Suenan los primeros compases de la melodía y la fotógrafa va en busca de Clara, que sigue conversando con Daniela y su esposa Malú:

—Baila conmigo… nuestra canción… —dice al ama de casa.

Marina tiembla mientras se abraza al cuerpo de una Clara temblorosa también.

Clara ha sentido los dardos de los celos clavados inmisericordemente en todo su ser.

Clara ha sentido que Marina quiere estar con ella, pero que hábilmente atrapan y arrancan de su lado.

Mudas, las dos mujeres se balancean abarcando apenas el área de un ladrillo… Sus cuerpos hablan enciclopedias, se abren y distienden al calor de los mil julios que emanan sus emociones.

La fiesta se alarga más de lo previsto.

El tiempo no pasa para el grupo de invitados que aún exprime abiertamente y a fondo el placer.

Roberta se aproxima a Clara y Marina, que han buscado el pretexto de otras melodías para seguir estándose abrazadas.

— Marina, tú tienes que hacer aunque sea un rápido acto de presencia en la apertura de tu muestra. Esta fiesta tiene para rato —dice Roberta —. No notarán nuestra ausencia. Regresaremos después.

En la exposición, el público en general contempla la audacia y solidez del arte de la fotógrafa.

Se exhibe el documental sobre su vida y obra. Aplauden.

Marina, de la mano de Clara, circula entre el público saludando y conversando.

Roberta presenta a Marina a periodistas que cubren el evento y Marina derrama su encanto y profesionalismo.

Transcurre una hora y las tres mujeres vuelven a la fiesta que sigue bullante en el apartamento de la baronesa.

Clara y Marina no se han cruzado palabras. Los ojos de Clara le han dicho a la fotógrafa que está llena de preguntas, de dudas, de nostalgias.

Marina está avasallada. La exposición, la noche, el día entero han sido un inacabable dilema.

Roberta continúa, exquisita y sutilmente tendiendo alfombras… sembrando minas por todo el terreno que pisa la fotógrafa.

La baronesa se acerca. A su izquierda va tomada del brazo con Elton John y a la izquierda, con David Furnish, el esposo del cantante.

—A Elton se le ha ocurrido la idea de ir a ver el amanecer en mi isla del Caribe. Yo creo que tu cuerpo agradecería un poco de sol, Marina. ¡Ven con nosotros! Le estoy pidiendo a mis asistentes que preparen el jet para salir enseguida. ¿Te animas? —invita seductoramente Roberta.




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