Roberta es una mujer que sabe lo que quiere. Sabe conseguir lo que
quiere. Sabe ir directo a la yugular. Sabe dar placer, buscar cómo
recibirlo.
Roberta empieza mordisqueando el cuello de Marina…
Se sumerje en el oleaje de la oreja de la mujer que se eriza entre sus
brazos. Desliza su lengua morosa por las letanías de lunares de la
fotógrafa. Travesean sus manos por el área del nacimiento del cabello en la nuca de Marina, juegan con él…
Y ahora entra en acción la boca… Una boca que saborea a Marina... como una gata a una ratoncita.
Roberta es sabia en amores.
Marina siente la presión del cuerpo de la baronesa.. Sopesa la
presencia de un cuerpo delineado por caminatas de golf, masajes,
posturas de yoga y la generosidad de la naturaleza…. Marina atestigua la fogocidad de una
mujer madura, proactiva y audaz. Está asediada...
Roberta es
sabia en amores… A cuentagotas va degranando su arsenal de seducción, el
toque sutil pero firme de una Midas del amor.
Marina siente un
apremio en su pulso, un apuro en su respiración, una humedad que
empieza a inundarla. Está asediada... Cada una de las puertas de su
castillo está sitiada...
—Te me has subido a la cabeza como
las burbujas de un vaso de champaña —le susurran al oído—. No tienes que
hacer nada más que soltarte… relajarte.
Roberta se concentra
en la boca de la fotógrafa. Sus carnosos y sabios labios aletean sobre
los de Marina… Luego mordisquean y avanzan despacio,gozosamente…
Roberta es sabia en el ajedrez del amor, del regodeo. “Yo muevo mis fichas, luego mueves tú las tuyas…”
Pero Marina no ha devuelto los besos… Solo recibe las llamaradas de un fuego… Un fuego que está comenzando a envolverla.
Marina reconoce esas andanzas, esas técnicas maestras y entrenadas.
Marina se reconoce un poco en la mujer que, con un experto saber hacer,
está bordando una invitación como las que ella también acostumbra
proponer.
No. No… ¡No!!
Resuelta pero cortésmente, Marina se separa de Roberta:
—Tenemos que ir a la inauguración de la exposición —le dice—. Voy a buscar a Clara.
Marina sale del cuarto de baño y se dirige a uno de los balcones que rodean el salón.
Sus pulmones, su cabeza, cada uno de sus poros agradecen el calmante aire fresco del atardecer.
Marina se acerca a uno de los músicos de la orquesta y pide una canción, “The Way You Look Tonight”.
Suenan los primeros compases de la melodía y la fotógrafa va en busca
de Clara, que sigue conversando con Daniela y su esposa Malú:
—Baila conmigo… nuestra canción… —dice al ama de casa.
Marina tiembla mientras se abraza al cuerpo de una Clara temblorosa también.
Clara ha sentido los dardos de los celos clavados inmisericordemente en todo su ser.
Clara ha sentido que Marina quiere estar con ella, pero que hábilmente atrapan y arrancan de su lado.
Mudas, las dos mujeres se balancean abarcando apenas el área de un
ladrillo… Sus cuerpos hablan enciclopedias, se abren y distienden al
calor de los mil julios que emanan sus emociones.
La fiesta se alarga más de lo previsto.
El tiempo no pasa para el grupo de invitados que aún exprime abiertamente y a fondo el placer.
Roberta se aproxima a Clara y Marina, que han buscado el pretexto de otras melodías para seguir estándose abrazadas.
— Marina, tú tienes que hacer aunque sea un rápido acto de presencia en
la apertura de tu muestra. Esta fiesta tiene para rato —dice Roberta —.
No notarán nuestra ausencia. Regresaremos después.
En la exposición, el público en general contempla la audacia y solidez del arte de la fotógrafa.
Se exhibe el documental sobre su vida y obra. Aplauden.
Marina, de la mano de Clara, circula entre el público saludando y conversando.
Roberta presenta a Marina a periodistas que cubren el evento y Marina derrama su encanto y profesionalismo.
Transcurre una hora y las tres mujeres vuelven a la fiesta que sigue bullante en el apartamento de la baronesa.
Clara y Marina no se han cruzado palabras. Los ojos de Clara le han
dicho a la fotógrafa que está llena de preguntas, de dudas, de
nostalgias.
Marina está avasallada. La exposición, la noche, el día entero han sido un inacabable dilema.
Roberta continúa, exquisita y sutilmente tendiendo alfombras… sembrando minas por todo el terreno que pisa la fotógrafa.
La baronesa se acerca. A su izquierda va tomada del brazo con Elton
John y a la izquierda, con David Furnish, el esposo del cantante.
—A Elton se le ha ocurrido la idea de ir a ver el amanecer en mi isla
del Caribe. Yo creo que tu cuerpo agradecería un poco de sol, Marina.
¡Ven con nosotros! Le estoy pidiendo a mis asistentes que preparen el
jet para salir enseguida. ¿Te animas? —invita seductoramente Roberta.
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