lunes, 23 de junio de 2014

Mañana londinense


—Llámenme Roberta. Soy la persona detrás de tu exposición y de toda tu estadía en Londres, Marina. Bienvenidas —de 1.75 metros de estatura, esbelta, y con el cabello blanco cortado casi a rape, la baronesa Roberta of Rothesay comienza a hacer gala de su perfecto portugués. Viste un buzo blanco, sin mangas, y de cuello recto, cortado a nivel de la clavícula, que hace aún más evidente su impecable bronceado caribeño.

—Las llevaré a su hotel para que descansen del viaje —dice mirando asertivamente a las dos recién llegadas, y luego, clavando la mirada en la fotógrafa, añade—: Marina, quisiera finiquitar detalles de la presentación contigo, a solas. Le pediré a mi asistente que se encargue de llevar a Clara de tour por la ciudad.

La asertividad de la baronesa ha impactado a las recién llegadas. Pero Marina reacciona y dice que este día lo tiene reservado para Clara y que quiere ser ella la que la lleve por la ciudad.

—Excelente, he contratado un chofer para que las pasee —insiste la baronesa.

Marina no cede y dice que quieren ir de tour ellas dos solas, dejándose llevar hacia donde el impulso las guíe, solas.

—Hablaremos mañana entonces —dice Roberta—. Mañana no te me escapas.

Clara y Marina llegan al hotel. Examinan su lujosa suite: Tiene un balcón con vista hacia el Támesis, tiene jacuzzi…y dos camas individuales.

—Esto hay que arreglarlo ya —dice Marina, e inmediatamente llama a recepción y pide que las cambien a una habitación con cama matrimonial.

Ya en su nueva habitación, las dos mujeres, muertas de cansancio, se echan a dormir a pierna suelta, pierna sobre pierna.

Marina despierta primero y juguetonamente comienza a hacer cosquillas por el cuello, los brazos y la espalda de Clara. Clara abre los ojos y se pega mimosa a Marina:

—Déjame dormir un ratito más… juntas.

Marina salta de la cama:

—Londres nos espera… Vamos a la ducha… juntas.

La pareja se ducha rápidamente. Luego desayunan y salen por la alfombra que Londres tiende a sus pies.

—Quiero mostrarte mi Londres. Comencemos por Hyde Park —dice Marina.

Las dos mujeres caminan por el parque, mano en mano. El oasis del parque las relaja y alimenta. En el camino se encuentran con parejas haciéndose arrumacos sobre la grama, señores de bastón y bigotes con las puntas hacia arriba, grupos de jipis tocando guitarra, ciclistas, niños de la manos de sus padres, lagos y quietud. Llegan al "rincón de los oradores" y Marina dice:

—Quisiera subirme a un banco y gritar mi amor por ti a los cuatro vientos.

—Dime al oído todo lo que quieras decirme… dímelo en la cama… házmelo saber todos los días, con pequeños detalles, con sonrisas. Pero aquí no… No me mates de vergüenza —dice Clara, ruborizada.

—Sabía que ibas a decir eso, pero me encanta cómo frunces la nariz cuando te hago rabiar —dice una pícara Marina.

La artista invita a Clara a subirse al London Eye. Como niñas grandes, las dos disfrutan girando en la noria y viendo las espectaculares panorámicas de la ciudad. Marina le señala los futurísticos edificios que han revolucionado la silueta de Londres: la Torre Swiss Re, el Ayuntamiento, el Shard.

—Los tres son símbolos fálicos, ¿no te parece? Los londinenses le dicen a uno “el pepino” y al otro, “el testículo”. Al menos esos dos edificios tienen tecnología ecológica —dice Marina.

La pareja sigue el paseo y entra a comer en un restaurante de Soho. Las luces de ese barrio, el magnetismo de su ocio las entretiene y aturde.

Regresan caminando al hotel. De pronto, Clara se para y dice:

—Tengo malos presentimientos respecto a Roberta. Es muy intensa y parece muy interesada en Marina Meirelles.

— Marina Meirelles tiene ojos, cuerpo y corazón sólo para ti —dice la fotógrafa, besando la palma de una mano de su amada.

—Yo tengo miedo —confiesa el ama de casa, con los ojos vidriosos.

Marina aprieta fuertemente la mano de Clara, como diciéndole “esta es mi fuerza; mi ánimo, mi espíritu...: te los paso”.

Llegan al hotel y suben a su habitación.

—Clara —dice Marina. Su voz delgada y tierna, su tono como para apaciguar el pulso con más desconsuelo—. Tú has arriesgado todo por este amor. Te has aventado al vacío y echado a volar por mí, por este amor. Ahora somos dos… Ven a jugar conmigo… ven a encarar tormentas conmigo… ven a crecer conmigo.

—Yo sé que tengo mucho que aprender —dice Clara, con un hilo de voz—. Pero todos mis caminos llevan hacia ti. Tu piel es mi casa… tu yo es mi refugio, mi hogar. De tu fuerza aprenderé, de tu mano me sostendré. No me la sueltes…

Marina besa los ojos de Clara. Sorbe sus lágrimas.

—Relájate —le dice—. Déjame amarte como si fuera nuestra primera vez. Déjame alcanzar la estrella más brillante para iluminar la noche de nuestro amor… Déjame abrir mi cuerpo para que brindes en él, esta noche de nuestro amor.

Marina toma la mano de Clara y la coloca sobre sus senos… Su mirada es una invitación… tierna y encendida.

Clara abre los labios y roza suavemente los de Marina… Marina entreabre los suyos y las dos bocas danzan en el aire, rozándose leve, despaciosamente…, convidándose a más…

Sin prisas, en silencio…, como dos floras que saben despertarse al llamado del sol, las dos mujeres se dan.

Clara es la que busca el camino más alla del ombligo de Marina. Un camino largo y tendido… una ruta que improvisa en ese momento… sin mapas ni brújulas… un camino de a dos…, para las dos…




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