jueves, 19 de junio de 2014

Vuelo 0248, Río – Londres


El atardecer en Río se tiñe de los típicos colores del otoño en el cono sur. Celajes lilas, violetas y rosados se derraman por el cielo. Es la hora malva. El Pan de Azúcar se empina travieso y voluptuoso en el horizonte.

Helena conduce hacia el aeropuerto a Marina y Clara. Las tres viajan en el asiento delantero del coche.

—No queremos dejarte sola, como chofera. Pero tampoco queremos separarnos —confiesa Clara, con esa voz ronca que le sale a veces.

—Parecen unas adolescentes —les dice enternecida Helena.

Ellas se tienen una a la otra.

“Londres espera a la fotógrafa Marina Meirelles y a su compañera”, se leía en el último correo electrónico que había enviado la agencia organizadora de la exposición.

El avión en el que viajan es un airbus de British Airways, en primera clase.

Las dos viajeras se acomodan en sus lujosas y cómodas poltronas.

La pareja que va en los asientos delanteros son dos personas mayores. Ella se ocupa leyendo una revista de modas, y él la sección de la bolsa del Financial Times.

Dos hombres de negocios van sentados en las poltronas laterales, cada cual inmerso en consultar sus tabletas.

Las asistentes de vuelo pasan la primera ronda de champaña.

Marina se apresura a hacer un brindis:

—Vamos a la exposición que me han organizado, pero yo, yo voy a nuestra luna de miel —dice Marina, con intensidad y dulzura en la mirada.

—Por nosotras —dice Clara, entrecerrando los ojos y lanzando un suspiro tan largo y sentido que hace sonreír a la mujer de negocios que va sentada en la poltrona de atrás, tecleando en su computadora portátil. La mujer, de mediana edad y traje sastre, se acomoda en la poltrona, se aclara la garganta, toma un sorbo de su copa de martini y continúa su trabajo.

Marina se emociona con la emoción de Clara y traviesamente le mordisquea un costado del cuello.

—Cómportate —dice una quejosa-encantada Clara.

—Estamos de luna de miel —dice Marina, buscando y plantando otro beso en el otro costado del cuello de su amada.

Los asistentes de vuelo pasan otra ronda de champaña. Y las enamoradas alargan sus copas y siguen brindando.

Llega la hora y la formalidad de la cena. Los asistentes de vuelo hacen reverencias y cortesías mientras sirven una cena de cuatro platos.

Clara corta un trozo de pescado y se lo pone en la boca a Marina. Marina unta una galleta con un poco de caviar y lo acerca a los labios de Clara. Las dos comen medio bocados y entre risas. Intercambian sus copas. Se lamen con la mirada. Mezclan vino tinto con blanco. Se carcajean bajito. Clara toma la servilleta y limpia un poco de salsa que Marina tiene en la comisura de los labios.

—¡Ay! Y a ti se te quedó un pedacito de pan colgado de la boca —dice Marina pícaramente y planta su boca sobre la boca de la otra.

Los asistentes retiran los restos de la cena. Luego entregan almohadas, mantas y antifaces para los ojos. Las luces se apenumbran.

Poco a poco el avión se va aquietando.

De las poltronas de la pareja de señores mayores se comienzan a escuchar algunos ronquidos. Los ejecutivos de negocios tienen los auriculares puestos y ven películas de acción. La ejecutiva del asiento de atrás va leyendo un libro de suspenso.

Hay un sitio donde está instalado el amor: las poltronas 9A y 9B.

Clara y Marina se cubren con sus mantas y apagan las luces de sus respectivas poltronas.

Marina sube el apoyabrazos que separa una poltrona de la otra y dice:

—Me enloquecen tus gemidos de placer, pero aquí vas a tener que tragártelos.

Clara revolea los ojos coquetamente y envuelve a las dos con su manta.

Y un juego de manos traviesas y hambrientas se desata.

El avión de British Airways va cruzando el atlántico. Clara y Marina van surcando todos los meridianos y las latitudes de sus cuerpos-casas.

—Tu casa en mi casa. Mi casa es la tuya  —se antojan.

—Déjame recorrer cada uno de sus cuartos —se aman.

El avión de British Airways va adentrándose más por el profundo Atlántico.

La mujer de negocios, sola en su poltrona, se levanta al baño. Observa el trajinar entre mantas y sonríe.

El avión de British Airways ya va casi llegando a destino cuando la acción en las poltronas de Clara y Marina se calla.

 ¡Ahhh!

El avión aterriza. Todos los pasajeros se preparan para descender.

La mujer de negocios se adelanta y les hace un guiño de ojos a Clara y Marina. Las dos mujeres levantan sus manos entrelazadas y devuelven espontáneas el guiño de la ejecutiva.

Pasan por aduana. Salen y encuentran una limosina esperándolas. El chofer toma sus maletas, las acomoda en el maletero y galantemente les abre la puerta a las viajeras.

Adentro del vehículo negro y lustroso, espera sentada la baronesa Roberta of Rothesay.




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