lunes, 14 de julio de 2014

Vuelo 0249 Londres -- Río



Contemplar una gran ciudad desde las alturas produce sensaciones encontradas. Por un lado, es percatarse de que somos un grano mínimo de arena en el océano universal y, por el otro, la total convicción de que somos inmensos y de lo fácil que es alcanzar nuestras metas.

Roberta intenta que Marina experimente la segunda de esas sensaciones. Le abre todo un abanico de posibilidades. La probabilidad de un mundo vuelto realidad con un solo chasquido de los dedos de la impetuosa baronesa.

—Esta es la propuesta de la Tate Modern —ofrece Roberta mientras abre un sobre de manila y extrae de éste una serie de documentos—. Podríamos montar la retrospectiva este próximo otoño. A tu disposición tendrías todos mis asistentes y especialistas de imágenes. Y, por supuesto, contarías con mi asesoría constante. Sería conveniente, además, creo yo, consultar con el director del MoMA de Nueva York, mi amigo personal.

Marina no dice nada. Sopesa la tentadora propuesta.

Roberta sigue sacando ases de su manga vertiginosa.

—Las exposiciones en París, Berlín y Madrid las podrían concertar mis representantes la próxima semana. De hecho, no tendrías que trabajar ningún material nuevo pues llevaríamos la muestra itinerante que has presentado aquí. Luego podríamos seguir exponiendo en el propio MoMA o en Tokio. Las posibilidades son infinitas, querida —dice Roberta, acariciando el lunar que la fotógrafa luce a un costado de su labio inferior. Luego, la baronesa pasea el dedo índice sobre el propio labio y lo pellizca traviesamente.

—En un principio sentí curiosidad… Tus fotos atraparon mi atención… Ahora quisiera saber más de ti. Quisiera un poco más de ti. Quisiera contarte otras cosas más…, en mi apartamento.

Marina ve dibujarse ante sus ojos la realización sueño de todo artista plástico…. Y el ofrecimiento de una pasión, de un romance casual…

Esas tácticas de amar no le son ajenas a Marina. Son parte de ella misma. La fotógrafa también sabe embriagar de gozo, sabe subirse a la cuerda floja del placer y llevar a una mujer a conocer cómo es la primavera en Venus o en Saturno.

Roberta combina los negocios con el placer. Los terrenos pedregosos por donde también Marina ha incursionado.

“Somos dos imanas con polos idénticos”, se admite a sí misma la fotógrafa. “Somos tan parecidas que no hay espacio para el misterio, para el embrujo. Además yo amo a Clara. Quiero estar con Clara. Tengo un futuro con ella. Roberta me ofrece el mundo atado por un cordel, el éxito enlatado, frío y desierto. Las sábanas cálidas de Clara a mí me esperan, los manteles largos de las fiestas con las que su amor me embriaga. Tengo una amiga a quien contar mis dudas, una compañera con la que soñar despierta, un hogar que me entibia completa.

Yo no puedo cambiar todo eso por un afiche con mi nombre en la entrada de un museo. He llegado hasta donde estoy por mi propio empeño. Mi paciencia se multiplicó hasta alcanzar a Clara, hasta lograr su amor. Yo no puedo echar todo eso al viento.”

Los ojos de Marina adquieren el brillo de la resolución. Su pecho ha encontrado una playa en la que reposar y procurar fuerzas:

—Roberta, tú puedes tener a todas las mujeres que desees. Yo tengo a una mujer que me tiene a mí, y a la que no cambiaré por nada, ni aunque fuese temporalmente. Si Clara no existiese yo la seguiría buscando…, pero ella existe y está a mi lado. Disculpa mi franqueza —dice Marina—. No puedo aceptar una oferta que atenta contra este amor que la vida me ha regalado. Disculpa, Roberta. Espero que comprendas mi decisión.

Marina se levanta de la mesa y se marcha.

Roberta permanece en su sillón, impactada por la demostración de amor de la fotógrafa.

Afuera, en la noche inmensa de Londres, cae una tormenta. Los relámpagos golpean las nubes y enrojecen todo el firmamento.

Marina llega a su hotel. Sube a su habitación esperando encontrar y adorar a su amada.

Sobre la mesa, halla la nota que Clara le ha dejado. Abre el sobre y lee:

Marina, nunca he amado como tú has logrado que te ame. Gracias por despertar en mí un sentimiento por el que daré gracias cada mañana.

Te amo, te amaré siempre. Pero tu arte merece todas las oportunidades que Roberta te ofrece. Entre mi amor por ti y tu éxito, yo escojo darte la oportunidad de lograr lo que siempre has deseado profesionalmente.

Cuando leas estas letras, ya estaré en el aeropuerto o quizás en Río.

Te amo y te amaré siempre.

Clara


******

—¡Oh, no!… ¡No, Clara! —se le escapa el alma a Marina.

Desesperadamente, la fotógrafa toma su bolso, baja a recepción, arregla las cuentas y se lanza hacia la calle.

La lluvia cae inclemente.

Marina corre buscando un taxi. Consigue uno y se dirige al aeropuerto.

—A toda prisa a Heathrow, por favor —solicita al chofer.

La fotógrafa llega al aeropuerto y, como guiada por los ángeles guardianes del amor, logra conseguir boleto para el vuelo a Río que está pronto a despegar y corre hacia la puerta de embarque.

Los pasajeros ya han abordado. Pero logra traspasar la puerta del avión cuando están a punto de cerrarla.

—Bienvenida a bordo —le dice un asistente de vuelo, que se sorprende de ver a la joven mujer empapada de pies a cabeza.

Ansiosos, los ojos de Marina recorren la cabina del avión… y divisan a Clara.

Clara está en su puesto, con los ojos cerrados y la cabeza reclinada contra el espaldar de la butaca.

Marina se acerca y, como si depositara un beso en el ala de la más diminuta mariposa, roza los labios de la mujer que ama y murmura:

—Escojo el amor. Mando el éxito y la fama al carajo.

Clara abre los ojos y se levanta de un salto.

Sin importarle la gente a su alrededor, se aprieta contra Marina y arrebatadamente le roba la boca. Marina responde apremiada por idéntica intensidad y deseo.

Los demás pasajeros de la sección de primera clase no pueden sino presenciar las chispas y relámpagos que despiden esos cuerpos enlazados. Es una tormenta. Igual a la que azota afuera.

La pareja de jóvenes que está en los asientos frente a los de ellas estalla en aplausos.  La viejita sentada con su viejito en el asiento trasero le pone a éste la mano entre las piernas y dice entre ruborizándose-atreviéndose: —¡Ay, la juventud moderna!

Las dos amantes le dan la espalda a todo lo que ocurre a su alrededor. El mundo se ha detenido para ellas en el borde de sus cuerpos.

Clara acaricia la cara de Marina, ríe nerviosamente, le besa los ojos, la frente… Poco a poco cae en la cuenta de que quién se aferra a sus brazos es su Marina… Marina que ha llegado hasta ella bajo la tormenta, como una tormenta, contra todas las propuestas de la baronesa, y sin más equipaje que un amor desmesurado a cuestas.

— Si tú estás en Londres, en Londres no hay nadie más. Si tú no estás en Londres, en Londres no hay nadie… En todo el mundo para mí NO hay nadie —continúa el amor hablando por los labios de Marina.

La voz de un asistente de vuelo suena por los altavoces indicando que todos los pasajeros ocupen sus puestos y aseguren sus cinturones de seguridad. El avión está a punto de despegar.

Clara y Marina se acomodan en sus poltronas. Se ayudan entre sí a ponerse los cinturones.  Respiran hondo. Se sonríen en complicidad. Vuelven a aterrizar a tierra.

El vuelo 249 de la British Airways que cubre de Londres a Río dura diez horas y cincuenta minutos. Clara y Marina tienen casi once horas para explicarse el mundo entero.

—Yo tuve muchas mujeres porque te buscaba en todas ellas. ¿Recuerdas el viaje que hicimos a la isla de Angra? Te dije entonces que era la mujer más feliz del mundo porque te había encontrado, porque desde la primera vez que te vi, pensé: “Es ella! La encontré —dice Marina, apresurada—. Yo siempre te busqué en todas las mujeres que conocí. Te perseguí en cada una de ellas, te intuí, te soñé. Ahora que te tengo, ahora que entraste en mi vida no preciso de nadie, de nada más. Tú lo llenas todo. Todo mi vaso se ha llenado…, lo llenas tú. Tu presencia lo llena, tu presencia me llena toda. Gracias por estar…, gracias por ser. Yo vivo para amarte, y amo vivir contigo a mi lado. Me conmueve que existas, que estés, que seas… mi mujer entre todas las mujeres.

Lágrimas contentas arrasan los ojos de Clara. Y toma las manos de Marina. Le besa las palmas… Acaricia extasiadamente  el rostro de su amante.

Marina continúa: —Si no te amase tanto, si tú no me amases tanto, seguiría en la oscuridad… Pero, Clara, tú eres mi claridad… Prendiste mil antorchas por mi camino…, ¿cómo voy a apagarlas?


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